VILLA, MARÍA SARA
En mayo de 1989 mi papá cumplió sesenta años. Estaba empezando a pensar en la jubilación. Se sentía en paz al ver resultados de su trabajo, sus locuras y pasatiempos. Había gente joven replicando sus obras en las áreas rurales. Quería poder pasar más tiempo con sus nietos. En julio de ese año lo secuestraron. Su vida se deshizo. La nuestra también.
Han pasado más de treinta años desde que eso pasó y escribo estas palabras. Tanto tiempo y, sin embargo, parece como si hubiera sucedido ayer. Durante los últimos siete años estuve tratando de escribir esta historia. Pasé por túneles interiores, oscuros y helados, pero gracias a una terapista maravillosa, volví a salir a la luz. No hay cura para una experiencia como esta, me explicaba Eleanor. Simplemente aprendemos a vivir con la forma en que el trauma nos ha cambiado. Sí, aprendí a vivir con la forma en que esta historia me ha cambiado. Sin embargo, contrario a lo que ella me explicó, sí creo haber sanado.