KOHAN, MARTÍN
Vaciar a la canción de su música se parece mucho a ese logro de los físicos oceanográficos que para medir las mareas recurren a una serie de cálculos hechos considerando la existencia de siete lunas. El procedimiento puede parecer arriesgado, pero el resultado no puede ser más certero. Martín Kohan desviste las canciones encontrando sentido en los lugares comunes de la melancolía amorosa del bolero y la física invertida del tango, donde nada se transforma y todo se pierde. O mejor dicho por Kohan: donde todo se pierde porque todo se transforma. Sin la melodía y esa constante sensación de estar subiendo y bajando, las letras de las canciones son la narración que del amor hace la cultura de masas. El bolero solicita, el tango reclama. Lo cierto es que tanto una expresión como la otra representan las únicas poéticas, en el sentido que le damos a esa rara mezcla de imprecisión y verdad como no existe en ninguna otra música del mundo. Oír y descifrar. De eso, por otra parte, se trata escribir.
Guillermo Piro
Quizás como solo David Viñas, es decir como nadie en la actualidad, Martín Kohan viene llevando a cabo una reflexión sobre lo popular y los mitos argentinos, sin dejarse atrapar jamás por ellos. Kohan no piensa lo popular como un entomólogo, sino al contrario, como alguien que se fascina con enchastrarse en el barro de lo nacional. Su obra vive en ese mundo, sin tener un ápice de populista. Hay en él una bienvenida enseñanza sobre qué significa ser hoy de izquierda en Argentina.
Antes fueron la pelea Firpo-Dempsey, la dictadura, las guerras argentinas, el Nacional Buenos Aires, la estancia de Esteban Echeverría, la iconografía de Evita, San Martín. En Ojos brujos es el bolero y sobre todo el tango: nada de lo nuestro escapa a su sensibilidad de intelectual, que en un mismo movimiento cruza a Walter Benjamin con una prosa de estilista, a la autobiografía solapada con un conocimiento riguroso.